El mundo entero busca evitar el sufrimiento y conseguir la felicidad. No estoy hablando de un camino espiritual, místico, ya que por ahí sí que va el real sentido de la felicidad, no. En absolutamente cualquier acto mundano siempre hay un yo que busca ser feliz, un yo que busca una comprensión profunda, satisfacción y la felicidad. El mismo mundo usa frases que se malinterpretan como “conócete a ti mismo para ser feliz”, “no busques la felicidad en los otros, búscala en ti”, “no busques fuera, está dentro”… Hay un sinfín de técnicas psicológicas o de otra índole para en definitiva tratar de hacernos dejar de escuchar a la mente o dejar de darle tanta importancia. Sin embargo, nunca jamás es tocada la raíz, que es esa identidad, esa necesidad de existir a través de lo que aparece. Está malinterpretado.
“La búsqueda de la felicidad está en encontrar un equilibrio”
Pero… ¿Quién? ¡Yo, claro! “Un equilibrio en mi vida, un equilibrio en mi existencia…”, que puede pasar por tener dinero, relaciones, amistades, hijos, bienes materiales, una profesión; pero todo eso lo único que hace es seguir afianzando ese yo: “Yo existo, yo soy ésa o ése que tiene esta vida, que ha logrado tales cosas…”. Puedo lograr estar un poquito más tranquila con ciertas técnicas que el mundo me ha puesto en bandeja y que he utilizado, como mindfulness, meditación o yendo al psicólogo. Así puedo conocerme mejor para no escuchar mis miedos y mis agobios porque no son reales, para no escuchar a la mente… “Cuando YO no escucho a mi mente, YO soy feliz y YO lo he conseguido”. Pero hasta ahí se puede llegar por estos caminos.
¿Qué pasa entonces? El ser humano está abocado al fracaso. Está abocado a caer una y otra vez en la rueda de la frustración, en la rueda del “no lo he conseguido”. Consigo algo y vuelta a empezar. Y finalmente siempre estamos persiguiendo ciertos momentos felices. Si trabajo mucho, el momento en que me relaje por fin, en mis vacaciones, el momento de quietud… Llega ese momento y sufro porque llega pronto el trabajo, un año entero de historias por hacer… O me cuento cualquier historia: “Cuando por fin me case y salga de casa de mis padres, seré feliz”. ¡No! “Cuando tenga hijos por fin seré lo que siempre he querido: un padre, una madre”. ¡No! “Cuando por fin consiga acabar mis estudios, independizarme…”. ¡Tampoco! ¡Toda una vida detrás de esa felicidad!
Esa felicidad creemos poder encontrarla en un millón de frases que nos dice el mundo: “Escucha tus necesidades”, “Ámate”. De nuevo, una mala interpretación. Y todo esto es tan absurdo que llega un momento en que toda esta rueda de confusión tiene que parar. Entonces, hay ciertos seres que descubren Satsang, y por muy difícil que sea ir contra todo lo que plantea el mundo, es decir, ir en contra de MI propia interpretación, Satsang llega para llenarlo todo; y los que llegan a Satsang están abocados a darse cuenta.
Satsang es el recordatorio de lo que realmente ES.
Y como he dicho muchas veces, la única razón de la existencia de la mente es darnos cuenta de lo que realmente ES. Sin embargo, paradójicamente, no es a través de la mente que nos damos cuenta; pero es a través del espejismo que nos cuenta esa mente, a través de toda esa historia ilusoria, en la que supuestamente vamos atando cabos y creyendo que atesoramos conocimiento y sabiduría, que tenemos una oportunidad real de salir de la confusión. Hemos llegado a Satsang porque sufrimos, porque constatamos una y otra vez que todo es un fracaso; pero Satsang está ahí para decirnos que la raíz de toda confusión, de todo problema, está en una parte de esa mente que se auto-alimenta, auto-referente, y no hay más que ver que es un problema exclusivamente para ésa o ése que está confundido, para esa forma que está mirando el espejismo.
La confusión es sólo parte del juego cósmico, es parte de cómo todo esto se expresa, de cómo todo esto aparece, y no es en ningún momento un problema o un error. Lo que lo hace parecer un error o un problema es nuestra interpretación egótica, que constantemente mira y sopesa lo que sucede desde el prisma de la individualidad ilusoria . En cada situación que se da, en cada experiencia que atraviesa a una forma, si se suelta esa confusión, esa idea de que algo me pasa a mí, pero que en realidad es sólo un sueño, lo que ES se hace evidente.
No hay culpa, no hay error, no hay pecado, no hay problema.
No lo ha habido jamás, ni lo habrá jamás. Y como no hay nadie, tampoco hay necesidad de correr detrás de la felicidad. La felicidad es lo que ES, que está constantemente expresándose. Y se expresa en dualidad, por lo tanto, a veces se ve como más placentero y a veces como menos placentero; pero es únicamente eso: la danza de todos los movimientos habidos y por haber y que surgen en este mundo aparente.
Satsang comienza con un silencio que es en sí la indicación.
Da igual si es un silencio con ojos cerrados o con los ojos abiertos, son sólo distintas maneras de ser expresado. El silencio es la expresión de ese parar, el parar esa carrera detrás de cualquier cosa en la que creo que me encuentro, en la que creo que seré feliz, en la que creo que seré libre o en la que creo que tendrá un sentido mi existencia.
La raíz de sentirse esclavo o de buscar la libertad es la idea ilusoria de un yo-identidad. Y eso es sólo una idea, una confusión que hace que no se vea que se ES no ya la experiencia, sino la libertad que continuamente se expresa, incesantemente, infinitamente, espontáneamente, y que no necesita ser conocida. Una libertad no condicionada por la polaridad libertad-esclavitud.