HE VISTO QUE EN EL CORAZÓN de todos los seres humanos con los que he hablado hay un mandato que nos lleva a buscar la verdadera felicidad, la verdadera realización. A veces este deseo es más fuerte que el instinto de supervivencia. Como sabéis por propia experiencia, la búsqueda de la felicidad puede seguir muchos caminos, y cuando se trata del camino del instinto puede tomar forma de búsqueda de placer, de comodidad, de seguridad o de una posición destacada dentro del rebaño humano.
Generalmente, cuando hemos alcanzado cierto grado de éxito en términos de placer, comodidad, seguridad y posición, reconocemos que nada de ello satisface este mandato más profundo, esta honda llamada a la verdadera felicidad. Podemos tener momentos de hermosa revelación y, ciertamente, momentos de placer; sin embargo, en general, existe siempre en nosotros un miembro subyacente a no poder encontrar la paz permanente y la verdadera felicidad. O puede suceder también que el miedo a perder la paz y la felicidad por fin alcanzadas haga que nos tensemos y contraigamos al aferrarnos a ellas de forma sistemática. Y es que solemos tender a desconfiar de la posibilidad de alcanzar la paz y la felicidad permanentes.
A veces, en una vida bendecida, surge la llamada a la búsqueda espiritual, la búsqueda de Dios, la búsqueda de la verdad. Reconocemos que lo habitual es “no hacer caso de esa llamada”. Pero si le prestamos atención dejamos a un lado nuestra “existencia mundana” y nos orientamos hacia la vida espiritual.
Por desgracia, el condicionamiento que habitualmente dirigió la vida mundana intenta dirigir también la búsqueda espiritual, y entonces se convierte en una búsqueda del placer espiritual, de la comodidad espiritual, del conocimiento espiritual o de la seguridad espiritual. Es probable que antes o después también te sientas desilusionado con esa búsqueda.
Es evidente que encuentras placer en ella, que a veces tienes experiencias extáticas. Te sientes seguro cuando sientes que Dios o la verdad están presentes, y reconfortado cuando te percibes sostenido por esa presencia. Pero mientras no reconozcas que nunca has estado separado de eso, seguirás moviéndote para encontrarlo, para encontrar a Dios, pues crees o esperas que Dios te dé la felicidad. Esta creencia o esperanza se fundamenta en una imagen de Dios muy infantil, en la idea de que Dios es alguna cosa, alguna fuerza, algún lugar que puede ofrecerte placer, comodidad y seguridad eternos.
Mientras trates de encontrar la felicidad “en alguna parte” no mirarás en el lugar donde está. Mientras búsquedas para encontrar a Dios en otra parte pasarás por alto la verdad esencial de Dios, que es omnipresencia. Cuando buscas la felicidad en algún otro lugar estás pasando por alto tu verdadera naturaleza, que es felicidad. Te estás pasando por alto a ti mismo.
Deja de mirar afuera. Deja de buscar. Simplemente sé. No estoy hablando de estar en un estado de estupor o de entrar en trance, sino de penetrar profundamente en el silencio de tu corazón, donde la omnipresencia puede manifestarse y revelarse como tu verdadera naturaleza. Lo que pido es que te quedes quieto en la pura presencia. No que la crees, ni siquiera que la invites; simplemente que reconozcas lo que siempre está ahí, quien tú siempre eres, el espacio donde Dios siempre está.
Cuando descubres esta base de paz, cualquier iniciativa en la que participes estará informada por tu descubrimiento. Entonces llevarás tus descubrimientos al mundo, a la política, a todas tus relaciones de la manera más natural.
Habitualmente, debido a nuestro condicionamiento, desestimamos de inmediato esta base de paz diciéndonos: “Sí, pero ¿qué pasa con mi vida? Tengo responsabilidades. Tengo que mantenerme ocupado. Lo absoluto no se relaciona con mi mundo, con mi existencia”. Estos pensamientos condicionados refuerzan aún más el condicionamiento futuro. Pero si te concedes un momento para reconocer la paz que ya está vida dentro de ti, tendrás la opción de confiar en ella en todas tus empresas, en todas tus relaciones, en todas las circunstancias de tu vida. Eso no quiere decir que tu vida vaya a quedar completamente libre de conflictos, desafíos, dolor o sufrimiento. Significa que reconocerás un santuario donde tu verdad personal está presente, donde la verdad de Dios está presente, independientemente de las circunstancias físicas, emocionales y mentales de tu vida.
No tiene que ver con la religión ni con la ausencia de religión. Ni siquiera tiene que ver con la iluminación o la ignorancia. Tiene que ver con la verdad de quien eres, que está más cerca y es más profunda que cualquier cosa que pueda ser nombrada.
En cualquier momento, en una décima de segundo, se presenta la posibilidad de reconocer tu vida sin fronteras, ilimitada, divina y eterna. Las experiencias de la verdad han recibido distintos nombres en distintas culturas: cielo, nirvana, resurrección, iluminación, satori, samadhi… Todos ellos son nombres que apuntan hacia esta suprema e innombrable belleza divina, vacía de sufrimiento y llena de gracia.
… continuará